domingo, 23 de febrero de 2014

Lo siento.


Siento que tengas que leerme así.
Siento que tengas que verme tan rota y de esta forma.
Y a decir verdad, ojalá no me leas.
Ojalá prefieras ignorar lo que escribo,
pero no lo soporto
más.

No puedo con este silencio
que me aprisiona el pecho.
No puedo no poder llorar
y estar ahogándome
a pesar de ello.
Porque mi cuerpo no deja
escapar una sola lágrima
de mis ojos,
y me estoy asfixiando por llevarlo
todo dentro,
por no ser capaz de desahogarme.
Porque a veces las palabras
que no se dicen
pesan mucho más que la falta de oxígeno.

Cada pedacito de mí
te echa de menos.
Cada trozo de cristal roto y opaco
anhela tu voz.
Mi piel anhela tu tacto,
y es una sensación insufrible.

¿Sabes?
He soñado contigo últimamente
y ya ni siquiera
puedo contártelo porque sería incómodo.

En qué punto llegamos a esto.
En qué soplo perdimos toda la confianza.

He soñado que te besaba
como la primera vez,
con todo el amor que ya no me cabe
en el pecho, pero tampoco sale;
y clava las costillas en mis pulmones
y hace que me quede sin aire
y no soporto despertarme
y darme cuenta de que todo
ha sido un puto sueño y que tú
ya
no
estás.

Que me siento vacía sin ti.
Que lo que hace meses podría
haber sido un sueño
ahora se convierte en una maldita
pesadilla que me hace recordar
lo que ya no tengo.

Y lo peor de todo es que sigues siendo tú.
Y lo siento.
Te echo de menos, y ojalá no lo hiciera.
Pero no se puede evitar lo inevitable,
al igual que no se puede negar la composición del aire.

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